¿Medicamentos? ¿Drogas?


Todas las sustancias que hoy en día se conceptúan como “drogas de abuso”, y son objeto de la más severa prohibición, inicialmente fueron consideradas fármacos, es decir, medicinas. Es más, cuando fueron descubiertas, sustancias como la morfina (1803), cocaína (1860) y heroína (1898) fueron vistas como auténticos remedios milagrosos y muchos fabricantes anunciaban orgullosos que sus productos contenían coca u opio. En consecuencia, todas estas drogas se vendían en las farmacias o boticas. Concretamente, en el Estado español se vendieron libremente hasta 1918; después de ese año se pudo seguir accediendo a todas ellas mediante receta, hasta que la prohibición incondicional acabó con esa posibilidad.

Opiáceos (láudano, morfina, heroína.)
La primera sustancia en ver truncada su trayectoria como fármaco en España fue la heroína. Así, el 6 de agosto de 1932 el Ministerio de la Gobernación promulgó un decreto, publicado en la Gaceta de Madrid, cuyo artículo 1º establecía lo siguiente: “Se prohíbe la importación y fabricación en el territorio español, Colonias y Posesiones del Norte de África, de diacetilmorfina (diamorfina, heroína) y su clorhidrato”. Hasta entonces, sin embargo, la heroína se había vendido como genérico, a 5 pesetas el gramo, y como un compuesto más de varios específicos de importación y especialidades farmacéuticas de elaboración casera. La casa Bayer había recomendado su empleo para un cuadro muy amplio de síntomas y enfermedades: por su “excelente acción calmante contra la tos”, en el tratamiento de la bronquitis, faringitis, asma bronquial y catarro pulmonar; por su efecto analgésico, contra el carcinoma gástrico, orquitis, ciática, esclerosis múltiple, crisis gástricas de los tabéticos, aneurismas de la aorta, afecciones blenorrágicas y dolores en la influenza y en la coqueluche; en ginecología y en la práctica psiquiátrica, “preferentemente como un buen medicamento sintomático”, para combatir los efectos de confusión aguda, depresión y neurastenia, debido a sus propiedades sedantes. Y en 1912 había realizado una sugerente campaña de publicidad en prensa para promocionar su Jarabe Bayer de Heroína.

Pese a la prohibición incondicional de la heroína, la farmacopea se había venido sirviendo del opio y sus derivados desde tiempo inmemorial. El láudano (una mezcla alcohólica de alta graduación con opio) se venía empleando desde el siglo XVI, y algunos autores modernos han sugerido que el uso extendido de éste supuso un grave problema de salud durante el siglo XIX. Sin embargo, el empleo de opiáceos debe ser contextualizado en perspectiva apropiada con otros problemas de salud de la época. Conviene recordar, en este sentido, que la mortalidad producida por el cólera, la malaria y la disentería era altísima, y sin duda el opio contribuyó a combatir esas enfermedades. De hecho, otros autores han asegurado que el fácil acceso y disponibilidad de los opiáceos salvó más vidas que quitó.

Coca y cocaína
Pese a que el consumo de cocaína fue el que motivó la primera campaña de prensa en España denunciando un “problema de drogas”, durante muchos años se vendieron comprimidos, pastillas para la garganta y otras especialidades a base de coca y cocaína. La mayor parte de estos específicos eran elaborados por médicos y farmacéuticos locales de reconocido prestigio, quienes compraban coca y cocaína al por mayor y las manufacturaban para el mercado interior con su marca, como especialidad propia: Amargós, Andreu, Bonald, Caldeiro, Calduch, Crespo, Font, Garcera, Huidobro, Retuerto, Torrens. aunque también fármacos con cocaína de importación. La cocaína, cuyo precio en farmacia era de 4 pesetas el gramo, también era empleada como anestésico tópico local, para el dolor de muelas y en intervenciones oculares y de otorrinolaringología, e incluso como anestésico medular.

Los vinos de coca también gozaron de gran popularidad a finales del siglo XIX y principios del XX, por sus propiedades “tónicas”, aunque sin duda alguna el de mayor prestigio y proyección internacional fue el conocidoVin Mariani

Cannabis y derivados
El uso medicinal de derivados cannábicos en la farmacopea española estaba muy extendido ya en el siglo XIX para un amplio cuadro de síntomas y enfermedades, tal y como recoge el médico e investigador Andrés Roig Traver en una memoria académica titulada “Algunos comentarios sobre el empleo de los derivados del cannabis (Una aproximación a la literatura médica española, 1800-1939)”. En cualquier farmacia o botica de la época se podía acceder libremente a tres genéricos: extracto blando de cannabis índica o extracto graso —en realidad, manteca— de hachís (50 gramos a 8 pesetas), extracto hidroalcohólico de hachís (25 gramos a 110 pesetas) y sumidades —o sea, ¡cogollos!— de cáñamo indiano (100 gramos a 9,10 pesetas). En el Estado español también se fabricaban algunos específicos, como el Jarabe antinervioso de corteza de naranja amarga, bromuro potásico y hachís, fórmula del Dr. Campá, elaborado en Valencia; Jarabe de hachís bromurado del Dr. Jimeno, elaborado en Barcelona; los Cigarrillos balsámicos antiasmáticos del Dr. Andreu, confeccionados en Barcelona; Licor de cáñamo indiano Queralt, fabricado también en Barcelona; Licor Montecristo de Haschisch, destilado en Albal (Valencia), etcétera. A éstos también podríamos agregar varias especialidades de importación: Cigarrillos Indios de Cannabis Índica, de Grimault y Cía., jarabe contra la tos Victor, de Victor Remedies Co., así como varios extractos o tinturas de cannabis (elaborados por Parke, Davis & Co., Houdé, Burroughs, Wellcome y Cía.), etcétera.

Otras
Con éstas no se acaba la nómina de sustancias psicoactivas usadas en la práctica clínica y terapéutica; de hecho, el arsenal farmacológico del hombre contemporáneo está plagado de ellas (éter, belladona, efedrina, anfetaminas, cafeína, LSD, nitrito de amilo, barbitúricos, ketamina, etcétera), bien como genéricos, bien formando parte de la composición de múltiples y variadas especialidades farmacéuticas, empleadas para las más diversas enfermedades.

La hipótesis o teoría de la “escalada”
Uno de los principales mitos promovidos por el discurso prohibicionista es la denominada hipótesis de la “escalada”, según la cual, los porros serían una droga de inicio —por eso también se la considera “droga blanda”— o primer peldaño, a partir del cual se iría escalando progresivamente hacia el consumo de otras drogas cada vez más “fuertes” (¿?). Se trata de uno de los modelos más conocidos en el terreno de las drogodependencias y su descripción inicial es atribuida a Denise Kandel, quien formuló dicha teoría por primera vez en 1975. El modelo en cuestión se basa en que en el consumo de drogas existen unos pasos secuenciales, cuyo comienzo vendría determinado por el uso de drogas legales, las cuales facilitarían el posterior consumo de cannabis, que a su vez sería la “puerta de entrada” para el empleo de otras drogas ilegales. Para Kandel existirían al menos cuatro estadios de desarrollo en el uso de drogas: 1) consumo de cerveza o vino; 2) cigarrillos o licores; 3) marihuana; y 4) otras drogas ilegales (cocaína, heroína, etcétera). En realidad, el modelo atribuido a Denise Kandel no hizo otra cosa que avalar científicamente lo que ya venían diciendo desde la década de 1950 destacados líderes prohibicionistas, como Robert M. Conlin, comandante de la oficina de detectives de la policía de Culver City (California), y muy especialmente el comisionado Harry J. Anslinger, director de la Oficina Federal de Narcóticos (FBN) de EEUU desde su creación en 1930: “fumar marihuana es el camino directo para acabar siendo un adicto a la heroína”.
Esta hipótesis gozó de cierta credibilidad mientras la supuesta “ escalada” podía rematarse con el dramático final que representa una muerte por sobredosis de heroína. Pero curiosamente esta teoría se formuló mucho antes de que el empleo de heroína fuera identificable por la mayoría de los ciudadanos como una realidad cotidiana, incluso mucho antes de que los anhelos prohibicionistas impregnaran la política gubernativa en materia de salud pública. De hecho, es anterior a que los derivados cannábicos (marihuana, hachís, kif, grifa.) pasaran a engrosar la nómina de sustancias prohibidas. Gracias a Alejo Alberdi, amigo incondicional e incansable ciberinvestigador, disponemos de la que seguramente fue la primera versión de dicha hipótesis, en este caso ejemplificada a través de “The home of an indulgent mother… starting her son toward a drunkard’s grave”, o sea, “El hogar de una madre permisiva… encaminando a su hijo hacia la tumba del borracho”, y difundida por F. Hubbard en The temperance program (1915).

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Categoría: Medicamentos.




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