Dietas para la obesidad
La obesidad se caracteriza por el exceso de peso dado por el aumento de la grasa corporal. Se considera a una persona obesa cuando su índice de masa corporal o IMC (calculado a través de la fórmula Peso en Kg / Talla2 en metros) es superior a 30 Kg/m2.
Es importante aclarar que la obesidad se trata de una enfermedad crónica, por lo tanto su tratamiento es a largo plazo. El objetivo principal es lograr un cambio en el estilo de vida que permita un descenso gradual de la masa grasa y el mantenimiento del peso perdido a lo largo del tiempo. Y es que Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en todo el mundo, hay más de 1.600 millones de adultos obesos.
¿Qué pequeños cambios podemos comenzar a adoptar para lograr un estilo de vida saludable para nosotros?
En primer lugar, es necesario modificar los hábitos alimentarios: introducir en nuestra dieta abundantes frutas y verduras crudas o cocidas (al menos cinco unidades al día), lácteos desnatados y cereales integrales. Seleccionar cortes magros de carnes y pescados, y cocinarlos con menos grasa (al horno, a la plancha, al vapor, papillote, etcétera). Vigilar las cantidades e intentar disminuir poco a poco el consumo de sal y alcohol. Beber al menos 1,5-2 litros de agua diarios. Hacer un desayuno completo, planificar con antelación los menús y distribuir las comidas en al menos cinco ingestas nos ayudará a evitar caer en el picoteo.
Sin embargo, si sólo realizamos cambios en la alimentación será más difícil alcanzar nuestro objetivo. Es imprescindible acompañarlos con un aumento gradual en la actividad física diaria. No se trata de convertirse en un atleta de la noche a la mañana, ni hacer una actividad extenuante que no podamos mantener en el tiempo. Al contrario, seleccionaremos una actividad que podamos incluir fácilmente en nuestra rutina y de esta manera nos aseguraremos su cumplimiento diario. Por ejemplo, ir andando al trabajo, a clase o al mercado; bajar del metro o el autobús unas paradas antes y caminar el resto del trayecto, aparcar el coche más lejos de lo habitual para obligarnos a caminar, reemplazar el ascensor por las escaleras mecánicas, salir a pasear, montar en bicicleta y dar paseos por zonas ajardinadas, etcétera.
Recordemos que de nada sirve seguir una dieta “de moda o milagrosa” que logre una pérdida de peso rápido principalmente a costa de músculo y agua, y que por sus características irreales no pueda ser mantenida a largo plazo. Mejor opción: dieta sana y ejercicio.
Datos:
– Una de las repercusiones de la obesidad son las enfermedades cardiovasculares; principal causa de muerte en el mundo.
– Según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) en el mundo hay, aproximadamente, más de 1.600 millones de adultos obesos.
Mitos erróneos
Existen algunos mitos o creencias erróneas sobre los alimentos en el tratamiento de la obesidad que es necesario desmitificar:
– “Las frutas después de la comida engordan”: Falso. Los alimentos se digieren de la misma forma, independientemente del orden de su ingesta, sin afectar a su valor calórico. Sin embargo, si la fruta se consume al inicio, la fibra que éstas contienen pueden aumentar el efecto de saciedad.
– “Los hidratos de carbono engordan más que las proteínas”. Falso. Los dos aportan 4 Kcal por cada gramo de nutriente.
– “El agua, durante las comidas, engorda”: Falso. El agua es un nutriente acalórico, no aporta calorías y no engorda. Lo que sí puede ocurrir en el caso de algunas enfermedades es la retención de líquidos, que nada tiene que ver con el aumento de la grasa corporal.
– “Las tostadas engordan menos que el pan”. Falso. Poseen el mismo valor calórico y sólo se diferencian en que el pan tostado posee menos agua.
– “Las vitaminas aumentan el apetito”. Está totalmente comprobado que ninguna vitamina es capaz de aumentar el apetito de la persona que las ingiere.
Tras desmitificar estos errores debes recordar que es fundamental que incorpores a tu vida actividad física. Tu corazón te lo agradecerá.
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Categoría: Nutrición y Dietética.
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