Salvando vidas en el frente de batalla


El trabajo de los médicos no es algo fácil. Considerar numerosas variables, manejar una gran cantidad de conocimientos y datos, perfeccionarse en forma constante y además, ser capaz de tomar las decisiones adecuadas y en el momento oportuno, cuando se trata de la salud y la vida de seres humanos, no puede ser una tarea sencilla. Ahora, si se piensa que en ocasiones la práctica médica debe realizarse en condiciones extremas, desprovistas del soporte tecnológico necesario y en un ambiente hostil, la tarea parece titánica. Esa es la realidad que experimentan muchos médicos que ejercen su profesión en los conflictos bélicos. Pero como si las dificultades no fueran suficientes, varios han muerto o han resultado heridos en el afán de salvar vidas en el frente de batalla.

En teoría, la labor de los equipos médicos en los escenarios de guerra está debidamente asegurada por distintos marcos legales y éticos. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, «las disposiciones del Derecho Internacional Humanitario, brindan protección a los miembros del personal sanitario: médicos, enfermeros, camilleros y conductores de ambulancias, entre otros; pertenecientes a los Estados u organizaciones que se hacen parte en los casos de conflicto armado internacional o no internacional». Específicamente, los derechos y deberes de los equipos de atención se encuentran regulados en el marco de los Convenios de Ginebra de 1949 y los Protocolos Adicionales de dicho tratado.

Para este organismo internacional, el simple hecho de utilizar el símbolo distintivo de la institución, una cruz roja o una media luna roja sobre fondo blanco, debería bastar para que los bandos armados respetaran la tarea humanitaria que los médicos realizan en las zonas de combate. No obstante, la estadística actual indica todo lo contrario.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, dependiente de las Naciones Unidas, existe una clara evidencia de que los ataques contra los profesionales de la salud han aumentado. El informe consigna que numerosos médicos han resultado heridos, algunos de ellos incluso han muerto, mientras realizaban tareas de asistencia en Ruanda, Bosnia y Kosovo. Durante la guerra en la ex Yugoslavia, seis miembros de la Cruz Roja Internacional fueron asesinados mientras atendían a refugiados kosovares.
Con el fin de evitar cualquier sospecha sobre la tarea humanitaria, los Acuerdos de Ginebra establecen con total precisión que la inmunidad que se le otorga a los doctores, implica la «obligación de abstenerse de tomar parte, directa o indirectamente en las hostilidades». Es más, el texto incluye sanciones para aquellos que infrinjan esta disposición y concluye que «las actividades sanitarias deben tener como fin único y exclusivo la búsqueda, recogida, transporte, diagnóstico o tratamiento de los heridos, enfermos y náufragos, así como la prevención de las enfermedades».

Médicos Sin Fronteras, una organización internacional de ayuda sanitaria, fundada en Francia en 1971 y que presta atención médica en distintos lugares del mundo, señala en su declaración de principios que su labor se caracteriza por ser «humana, imparcial, neutra e independiente… pues ayuda a las víctimas de catástrofes de origen natural o humano y de conflictos bélicos, sin ninguna discriminación de raza, sexo, religión, filosofía o política». Aún así, esta afirmación no ha sido suficiente para evitar que su personal sufra ataques: por tercera vez en un mes un equipo de Médicos Sin Fronteras recibió disparos en la Franja de Gaza y Arjan Erkel, doctor y coordinador del organismo en la República de Daguestán, fue secuestrado hace seis meses por hombres armados desconocidos. Aún no se sabe nada de su paradero, ni siquiera si continúa con vida.

La labor de los médicos entre las balas y las bombas

Vivienne Nathanson es jefa del Grupo Profesional de Recursos e Investigación de la Asociación Médica Británica y destacada figura de la Cruz Roja. En el marco de un arduo debate sobre el papel de los profesionales de la salud en las guerras, elaboró un documento que actualmente representa la posición del organismo internacional. A su juicio, los médicos deben asumir al menos tres funciones en el escenario bélico: «poner a disposición sus conocimientos profesionales y su experiencia, a fin de limitar el sufrimiento de las víctimas de los conflictos armados. Sobre la base de la experiencia adquirida durante los conflictos, tratar de reducir todo lo que pueda provocar sufrimiento. Y mediante testimonios sobre el verdadero rostro de horror que engendra la guerra, intentar influir en la conciencia de la opinión pública».
En un mismo sentido, la Organización Mundial de la Salud explica que «los médicos tienen una posición única para observar las consecuencias que involucran los conflictos armados». La afirmación no deja de ser correcta si se considera que son éstos profesionales, especialmente los doctores, quienes firman los certificados de defunción, atienden a los heridos y registran tanto las causas como los efectos de las heridas. Además, deben ocuparse de los brotes epidémicos y las enfermedades carenciales, como la desnutrición, que generalmente se presentan en estos casos. Todo lo anterior puede traducirse en cifras estadísticas, que si son bien utilizadas ayudarán a mejorar la condición sanitaria de las personas.

Médicos Sin Fronteras, que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1999 por su ayuda humanitaria, considera que la labor de sus miembros se «caracteriza por dos elementos inseparables y complementarios entre sí: la asistencia y la protección». Además, este organismo define una serie de principios operacionales para poder brindar atención médica a las víctimas.

Todo esto suena relativamente comprensible, pausado y quizás, hasta en exceso teórico. La razón es muy simple. Estos análisis, si bien pueden ser correctos en su apreciación, tienen un elemento en común. Fueron escritos con la tranquilidad que da la distancia y el tiempo. En cambio, cuando las balas silban a centímetros de la cara y las bombas explotan sólo a algunos metros, las cosas no se ven de la misma manera.

Según estadísticas del Ministerio de Salud palestino, más de ocho mil de las catorce mil atenciones que ha realizado su personal desde que comenzara la segunda Intifada, denominada Al-Aksa, en septiembre de 2000, han sido efectuadas en terreno. Justamente, ese es el momento en que se han producido la mayoría de las víctimas entre los miembros de los servicios sanitarios.

«Antes nos habían enseñado que nuestra prioridad era llevar al paciente al hospital lo más rápido posible. Ahora sé que los momentos en que llegamos a la escena de una emergencia son los más cruciales para determinar si el paciente vivirá o morirá. Eso es lo que intentamos hacer, aún cuando resultemos involucrados en el intercambio de fuego», cuenta Musa, un enfermero y chofer de ambulancias de la Media Luna Roja Internacional, el equivalente a la Cruz Roja árabe.

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Categoría: Actualidad Médica.




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