El poder analgésico del amor


Erich Fromm postuló que el amor es un “concepto universal que se refiere a la afinidad entre seres. Se interpreta como un sentimiento relacionado con el afecto y el apego que deriva en una serie de emociones, experiencias y actitudes”. Amar es, fundamentalmente, dar, no recibir. Lo que no significa renunciar. No es una privación, es la expresión de la propia vitalidad. En palabras simples, es “dar de sí mismo, de la propia vida, para enriquecer la de otra persona”.

Las primeras etapas de una nueva relación romántica se caracterizan por sentimientos intensos de euforia, bienestar, y preocupación por la pareja romántica. Estos sentimientos serían una importante arma para luchar contra el dolor.

Así lo dio a conocer una investigación (PLoS ONE 5(10): e13309. doi:10.1371/journal.pone.0013309) realizada por científicos de la Universidad de Stanford que concluyeron que durante la primera etapa de enamoramiento la activación de los sistemas de recompensa en el cerebro humano provocaría un efecto muy parecido al de los analgésicos.

El chileno Humberto Maturana fue el primer científico que, como tal, explicó el amor. En su propuesta, el amor no es una cualidad o un don, sino que es un fenómeno relacional biológico que consiste en las conductas o la clase de conductas a través de las cuales el otro, o lo otro, surge como un legítimo otro en la cercanía de la convivencia, en circunstancias en que el otro, o lo otro, puede ser uno mismo.

Para él, el amor es un fenómeno biológico propio del ámbito relacional animal, que en los mamíferos aparece como un aspecto central de la convivencia en la intimidad de la relación materno-infantil en total aceptación corporal, por lo que para él las personas “se enferman al vivir un modo de vida que niega sistemáticamente el amor”.

Por eso no suena descabellado el hecho de que especialistas estadounidenses hayan descubierto que las áreas del cerebro que se activan con un intenso amor son las mismas a las que se dirigen los fármacos para aliviar el dolor.

El estudio fue realizado por los doctores Sean Mackey y Arthur Aron, que hace muchos años se habían dedicado a estudiar la biología del dolor y del amor, respectivamente. Hace un tiempo, coincidieron en un congreso y se dieron cuenta que muchas de las conclusiones alcanzadas en sus materias tenían muchos puntos en común, por lo que decidieron comprobar cuál era la injerencia que tenía el amor en una mejora del dolor.

Para ello convocaron a estudiantes universitarios que estaban en los primeros nueve meses de una relación romántica, etapa en la cual las parejas se sienten más eufóricas, enérgicas e ilusionadas pensando todo el día en la persona amada.

Se les solicitó acudir a los exámenes con una foto de su pareja y otra de un conocido. Mientras observaban esas imágenes, los investigadores sometían a los jóvenes a pequeñas molestias dolorosas mientras iban alternando ambas imágenes en una pantalla, mientras se registraba la actividad cerebral a través de resonancias magnéticas.

También se utilizaron elementos distractores, como pensamientos en deportes y pasatiempos, para comprobar que eso también era capaz de aliviar el dolor. Los resultados mostraron que, al contrario que la contemplación de un conocido, tanto ver a la persona amada como concentrarse en una tarea mental, eran capaces de reducir la sensación del dolor. Sin embargo, los mecanismos de acción de ambos factores eran bien diferentes.

Los escáneres revelaron que los efectos del amor podrían compararse a los de la morfina y la cocaína, que se dirigen a los «centros de recompensa» del cerebro. Los responsables del trabajo destacaron que cuando las personas se encuentran en la fase del amor más apasionada existen alteraciones significativas en su estado de ánimo que impactan sobre su experiencia del dolor.

La tarea ahora es distinguir algunos de estos sistemas de recompensa del cerebro y descubrir cómo influyen en el dolor. Se sabe que son sistemas antiguos y situados profundamente en el cerebro y en los que participa la dopamina, un neurotransmisor que influye sobre el estado de ánimo, recompensas y motivación.

Los autores fueron muy enfáticos en señalar que esto no significa que el amor con pasión sustituya los medicamentos para el dolor crónico, «los hallazgos permitirán, más bien, seguir avanzando en la comprensión de la siempre complicada biología del dolor».

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Categoría: Actualidad Médica.




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