Relaciones entre hermanos


En muchas familias, sus componentes, reunidos para esa comida anual navideña ineludible, habrán comprobado una vez más las dificultades que entraña disimular, en aras de la concordia, los desencuentros personales con determinados parientes.

Equilibrio, la mejor terapia contra los celos infantiles

Cuando un nuevo bebé entra en el hogar, es común que los niños asuman con dificultad que tienen que compartir su protagonismo en la familia pero los celos pueden controlarse con atención y comprensión antes, durante y después del nacimiento

La llegada de un nuevo miembro a la familia es un momento de gran felicidad, y de enormes cambios, de manera especial para el hermano o la hermana mayor, que ve en el recién llegado a un intruso que viene a usurpar su puesto de “rey de la casa”. Es habitual que los hermanos asuman con dificultad que tienen que compartir su protagonismo en la familia. La ausencia, o el control, de los celos infantiles dependerá en buena medida de la forma en que los padres gestionen el anuncio del embarazo y el nacimiento, momentos en los que el amor, la comprensión y la atención serán los instrumentos para que el niño no se sienta “destronado”.

Mal que nos pese, algunas personas cargan en sus espaldas el abrumador peso de unas relaciones fraternales marcadas por la distancia, los enfados, o los crudos enfrentamientos con alguno de sus hermanos.

Casi nunca faltan motivos para llevarnos mal con alguno de ellos: desde la aparente incompatibilidad en la forma de ver la vida y comportarse ante ella de unos y otros, hasta causas muy concretas: herencias y otras cuestiones económicas, atención a los padres o hermanos enfermos, incomprensión o falta de solidaridad ante situaciones penosas que alguien padece, …. Sobran los argumentos que explican la distancia o la ausencia de comunicación entre hermanos.

Hemos de partir de que lo natural entre hermanos en llevarse bien, siquiera por los lazos sanguíneos y por ese pasado vivido en común. Ello no significa que debamos sentir un cariño idéntico por todos ellos, pero resulta evidente que una fértil y serena relación entre hermanos ayuda a que todos nos sintamos mejor. Porque, querámoslo reconocer o no, la familia pesa mucho. Y, en última instancia, recurrimos a ella cuando los problemas más graves nos amenazan.

Es habitual que no nos suponga mayor problema expresar lo que sentimos o queremos, tratar las discrepancias e incluso los conflictos, cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo; sin embargo, a veces nos sentimos incapaces de tratar ciertas cuestiones con nuestros hermanos. Enseguida salta la chispa, surge la discusión, entran en liza las palabras mayores, y se hace imposible mantener la más mínima comunicación. O también puede ocurrir que nos encontremos con una fría y protocolaria acogida a nuestro propósito de entablar conversación sobre el tema que nos interesa, lo que no nos anima precisamente a un nuevo intento.

Y la cosa es que a menudo nos preguntamos el porqué de esa situación; querríamos resolver el problema, pero no sabemos cómo hacerlo.

Dónde nace el problema
Las malas relaciones fraternales acaban, en la mayoría de los casos, convirtiéndose en un lastre para nuestras vidas, que acabamos arrastrando con una emotividad muy negativa, diferente que la que nos supone, por ejemplo, romper con un amigo.

Quizá sea porque, como dicta la tradición, aplicado al marido o esposa: «mi hermano (o hijo) es sangre de mi sangre y a ti te encontré en la calle». Tampoco carece de lógica el planteamiento inverso: «a mis padres y hermanos me los impuso la naturaleza, a mis amigos y a mi pareja los elegí, para bien o para mal, yo». Pero no se trata de opciones excluyentes. Necesitamos tejer a nuestro alrededor relaciones humanas satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a ese ámbito. Nuestro bienestar emocional depende, en buena medida, de la capacidad que tengamos para conseguir este objetivo.

Como en cualquier relación entre seres humanos, en las fraternales hay de todo. Algunas están definitivamente rotas, tras agrias discusiones repetidas a lo largo de los años. En otras ocasiones, quizá la mayor parte, son relaciones grises, teñidas de mediocridad, rutina y distancia emocional, que se mueven dentro de una cordialidad aparente, de un pacto entre adultos; prima la ausencia de comunicación aunque se mantienen las apariencias. No nos atrevemos a hablar sincera y abiertamente con ese hermano (y, mucho menos, a abordar temas delicados) por miedo a que resurjan los fantasmas de ese conflicto arrinconado. Sufrimos el temor a que se termine de romper ese débil lazo que nos permite al menos hablar de vez en cuando o mantener una conversación intranscendente en las reuniones familiares y en los funerales. Cuántos de nosotros, ante la inminencia de encontrarnos con ese hermano con el que nos llevamos mal, hacemos repaso de cada uno de los temas que no conviene tocar o del modo en que debemos comportarnos para no dar pie a discusiones o enfados que pueden «marcar» toda una velada y propiciar escenas desagradables.

Afortunadamente, no todas las familias sufren este problema. En algunas, incluso, los hermanos, además de respetarse y quererse como tales, son amigos y confidentes, participan en proyectos conjuntos, se miman mutuamente y se sienten orgullosos de la relación fraternal establecida. Nuestra enhorabuena para ellos.

Quienes sufren por la inexistencia de comunicación con alguno de sus hermanos y están dispuestos a afrontar las dificultades que supone comenzar a superar el problema, deben saber que casi siempre es posible enmendar la situación, aunque ello nos suponga un gran esfuerzo y, en algunos casos, riesgos emocionales importantes.

Comencemos por el origen del problema.
A veces, la interiorización que cada hermano hace de los papeles que desde la niñez se le asignan en el seno del hogar (esas expresiones que nos califican como «el o la responsable», «inteligente», «tímido-a», «juerguista», «cariñoso-a», «estudioso-a», «simpático-a», «cortito», …) puede perjudicar la relación entre hermanos. Desde estas clasificaciones, y con la diferencia de trato que conllevan por los padres y/o por el resto de los hermanos, se organiza la relación, con toda la asimetría y carga peyorativa que puede entrañar para alguno. Más que a un compañero, estas diferencias nos pueden hacer ver a nuestro hermano como un rival. Ahí pueden nacer muchas envidias y resquemores, que tendrán su repercusión en la fase adulta.

Ya en la adolescencia, cuando comenzamos a emanciparnos del hogar, el problema puede ser la falta de una comunicación fluida y abierta con los hermanos. La ausencia de confianza nos llevará a un distanciamiento que se agudizará con el paso del tiempo. Este silencio y el «por la paz, un ave maría» que con tanta frecuencia se da en el hogar paterno, no es más que una vulgar tapadera que nos conduce a una actitud pasiva, que lejos de solucionar el problema, lo enquista y aumenta impidiendo la relación. Podemos acabar convirtiéndonos en desconocidos el uno para el otro. Dejar que pase el tiempo es una actitud poco conveniente. Pretender siempre que «las aguas vuelvan a la calma» sin abordar algo que sí ha pasado, no resuelve nada. Y afecta negativamente a la confianza entre nosotros, imprescindible en toda relación humana que se pretenda auténtica. Y no nos referimos sólo a confianza en la otra persona, sino también a la propia autoestima, a la confianza en mi capacidad de establecer relaciones desde mí, con franqueza y abiertamente.

Objetivo: solucionar problemas entre hermanos
– Primero, reflexionemos sobre cómo están mis sentimientos con respecto a mis hermanos. Responsabilizándonos de nuestra actitud y comportamientos.
– Seamos positivos. Perdonemos, olvidemos (tras analizar los motivos, si puede ser) los errores propios y ajenos. Y construyamos una nueva relación, basada en la confianza y el cariño.
– No rehuyamos ningún problema del pasado, por traumático que sea, si afecta negativamente a nuestra relación. Todo puede hablarse.
– Propiciemos la cercanía, reservando tiempo específico al encuentro personal. Hablemos de cómo vivimos la niñez y la adolescencia, de los días bonitos compartidos y de los enfados que se resolvieron. Y de los que nos quedaron como asignatura pendiente. Revisemos el pasado, para encarar el futuro sin resquemores.
– Definamos qué tipo de relación deseamos. Seamos sinceros. Especifiquemos lo que no aguantamos de él o ella, y pidámosle que haga lo propio respecto de lo que le fastidia de nosotros. Sin duda, surgirán sorpresas. Y quizá, incluso quede espacio para alguna risa.
– Reconozcamos que necesitamos establecer una relación sólida, con una disposición sincera a ayudarnos mutuamente en esta nueva etapa.
– Partamos de que los hermanos, por el mero hecho de serlo, no tienen que llevarse por fuerza extraordinariamente bien ni mantener una comunicación cotidiana, o de confidencialidad total. Haremos de nuestra relación lo que estimemos mejor para todos.
– Interioricemos que una buena relación fraternal, nos asienta, nos refuerza ante nosotros mismos y ante los demás. Y nos llena de bienestar, especialmente si antes habíamos padecido las tensiones y disgustos de una relación difícil.
– También a ellos les vendrá bien. Pero como quiera que alguien tiene que dar el primer paso, démoslo nosotros. La dicha y las felicitaciones vendrán después y seremos los primeros en congratularnos.
– Elija el momento adecuado para informarle de la llegada de su nuevo hermanito. Explíquele qué es lo que va a suceder. Hágale saber cómo va a influir el nuevo bebé en su vida. Cuéntele tanto las cosas positivas, como las negativas: cambio de cuarto, compartir sus juguetes, ayudar a mamá y a papá, hacer de hermano o hermana mayor, etc.
– Responda a sus preguntas e inquietudes de acuerdo a su edad y nivel de madurez. Satisfaga sus inquietudes acerca de cómo se desarrolla el bebé en la tripita de mamá en términos que pueda comprender.
– Relacione el momento del nacimiento con momentos señalados. Nueve meses de espera son muy largos y difíciles de entender para una mente infantil. Póngale una fecha que pueda comprender: Navidad, cuando lleguen los Reyes Magos, el verano, etc.
– Involúcrele en el proceso del embarazo. Llévelo a la consulta con el ginecólogo o la matrona para que escuche los latidos del corazón de su futuro hermanito o hermanita. También le puede acompañar a conocer el hospital o clínica en donde nacerá su futuro compañero de juegos.
– Hágale participar en los juegos de estimulación prenatal. Anímele para que hable al bebé en el vientre, para que sienta los movimientos del bebé dentro de mamá, etc.
– Explíquele el mundo de los recién nacidos. Muéstrele fotos y ropa de cuando era un bebé, y cuéntele la historia de sus primeros días, de la ilusión con que sus papás prepararon sus cosas. Le gustará saber que antes de su nacimiento se le prestó tanta atención como al nuevo bebé.
– Si tiene la oportunidad, visite a amigos o familiares que tengan un recién nacido en casa, para que vea cómo se alimentan y cuánto duermen los primeros meses. Es muy normal que esperen que su hermanito o hermanita juegue con ellos nada más nacer, y se llevan una gran desilusión cuando comprueban que lo único que hace durante los primeros meses es dormir.
– Comente con él o ella la situación de algún amiguito que tenga hermanos, y hágale pensar en lo bonito que es y las ventajas que tiene ser el primogénito.
– Deje que participe en las conversaciones sobre el nuevo bebé, y cuente con su opinión para elegir nombre.
– Al mismo tiempo, no deje de dedicarle una atención especial, a conversar de sus cosas, sus experiencias, sus inquietudes. No centre todas las conversaciones en el futuro bebé. Hágale sentir que siguen manteniendo una relación especial en la que sigue siendo único, a pesar de que lleguen más hijos o hijas.
– Hágale partícipe de los cambios que va a realizar en casa para preparar la llegada del nuevo miembro, de manera que pueda colaborar y participar en ellos: preparar las cosas para el bebé, ordenar los armarios, etc.
– Anímele a que escoja o prepare un regalo de bienvenida para el bebé.
– Si la llegada del nuevo miembro de la familia implica un cambio de habitación, hágalo con la suficiente antelación para que el pequeño no lo asocie a la llegada del bebé, y no le culpe de ello.
– Prevea con antelación quién cuidará de su hijo o hija el día del parto y los sucesivos, y explíqueselo para que se sienta cuidado y protegido en todo momento.
– Lleve a cabo los cambios necesarios en la vida del niño con antelación a la llegada del bebé (quitarle el chupete, cambiarle de la cuna a la cama o llevarle a la guardería o al colegio) y así no los asociará con la llegada de su hermano.
El bebé ya ha nacido, y ahora ¿qué?

– Trate de que el hermano, o la hermana, sea uno de los primeros en visitarle, y dedíquele en su primera visita atención exclusiva.
– La primera vez que vea al bebé, es aconsejable no tenerlo en brazos y que sea él quien pueda acariciarlo e incluso cogerlo. Deje que toque y acaricie a su hermanito o hermanita desde el primer día.
– De vuelta a casa, trate de que coopere en todo lo posible en el cuidado del bebé; que le dé el biberón, que ayude a vestirlo, o que meza la cuna para dormirlo.
– Si la criatura ignora al recién llegado no fuerce la situación, cuando lo crea conveniente se acercará.
– Mantenga y respete sus espacios y pertenencias.
– Saque tiempo de donde pueda para dedicárselo en exclusiva.
Dedique tiempo y atención a su hijo o hija mayor para que sienta que siguen manteniendo una relación especial aunque llegue un nuevo bebé
Qué hacer cuando aparecen los celos
– Los celos no siempre aparecen tras la llegada del hospital. También surgen cuando el mayor siente al nuevo bebé como un rival que le roba el cariño y la atención de sus padres.
– Preste atención a cualquier cambio en el carácter y forma de comportarse de su hijo o hija. Puede que no tenga ninguna reacción y se muestre indiferente hacia el recién llegado o que, por el contrario, quiera participar en todo momento en su cuidado. Cualquier extremo es una señal de que no ha entendido o aceptado el nacimiento del bebé, y que le está afectando.
– Compruebe si muestra actitudes agresivas hacia el bebé, o si tiene conductas regresivas, es decir, propias de un niño de menor edad, como tartamudear, no querer comer, gatear, no avisar para que lo lleven al baño, etcétera. Ante estas reacciones no debe mostrar enfado, ya que el niño o la niña culpabilizará al bebé de la situación, y guardará su resentimiento hacia él. Mantenga la calma, y sea paciente, comprensivo y tolerante.
– Reserve un tiempo especial para estar con su hijo mayor, y no permita que nada interfiera con ese momento. Abrácelo, cántele o léale un cuento. Mientras menos cambios se produzcan en su rutina, menos estrés sentirá.
– Procure no hacer distinciones en el tiempo que dedica a uno y otro hijo, y en la atención que les da.
– Evite establecer comparaciones. Se las tomará a mal y se sentirá menospreciado. Su mente las interpretará como una señal de que antes todo lo hacía bien y ahora su hermanito o hermanita le hace la competencia.
– Informe a su entorno de los celos que sufre su hijo o hija mayor. Pida a amigos y familiares que muestren interés por el mayor, y que le alaben. En estos casos es muy habitual que todos digan lo rico que es el pequeño y que el hermano mayor pase desapercibido, lo que agudiza sus celos.

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Categoría: Psicología y Psiquiatría.




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