El reloj interior y el sueño de los bebés


Nuestro reloj interior indica bastante mejor de lo que parece cuándo estamos despiertos y cuándo podemos dormir. Lo mismo vale para cuando tenemos hambre. El tiempo transcurrido después de haber comido tiene mucha menos importancia que las señales de nuestro reloj interior, cuando nos indica que es la hora de comer. Todas nuestras necesidades corporales vitales —dormir o estar despierto, descansar o estar activo, tener hambre o comer— se regulan según ese compás interior, sin importar si sucede cada hora, cada día o cada mes.
Un ritmo fijo ayuda a dormir. El juego armónico de todos los sistemas rítmicos del cuerpo —es decir, el cambio de oxígeno,la presión sanguínea, la temperatura corporal, el mantenimien- to hormonal, la respiración, la digestión— funciona como un sistema complejo de relojería. Cuando todo está en sintonía con el resto, nos sentimos realmente bien, al contrario de lo que ocurre cuando los ritmos biológicos están desordenados, llegando, incluso, a aumentar en nosotros la predisposición a enfermar.
El reloj interior no sólo se programa por la regularidad de la influencia de elementos externos como la luz y la oscuridad. Si así fuera, nos adaptaríamos sin problemas a un país nuevo. El comportamiento propio de cada uno ejerce, por lo menos, parecida influencia. Nuestro mecanismo interior de relojería se rige según lo que hacemos regularmente. Y tan pronto como el hacer cotidiano ha programado el reloj, éste a su vez influye en nuestro comportamiento. Los factores que más influencia ejercen en nuestros biorritmos son el sueño y las horas de comer.
Si normalmente nos vamos a dormir y nos levantamos a las mismas horas, el organismo entero se acomoda a ese horario. La temperatura corporal desciende por Ja noche antes de irnos a la cama en proporción opuesta a su evolución durante el día. Las glándulas que segregan la adrenalina reducen su producción de cortisol y, a la mañana siguiente, cuando llega el momento en que habitualmente nos levantamos, se reactivan de nuevo. También aumenta entonces la temperatura corporal. Nos cuesta muchísimo levantarnos unas horas antes de lo normal, pues nuestro valor de cortisol y temperatura corporal aún son muy bajos. Asimismo,nos resulta difícil dormir cuando nuestra temperatura y valor decortisol son aún elevados. Con todo, el cuerpo es capaz de readaptarse.
Nuestro reloj interior no funciona desde el. nacimiento. Durante las primeras seis u ocho semanas de vida, el pequeño organismo necesita un período inicial de adaptación. Mientras que en el seno materno siempre estuvo abastecido de alimento, después del nacimiento el bebé debe resistir el cambio que supone estar saciado a intervalos y tener de nuevo hambre. Así pues, una ausencia de comida que dure toda la noche le resultará una exigencia enorme, excesiva. Por esta razón, los recién nacidos aún no pueden hacer distinción entre el día y la noche; duermen cuando están saciados y se despiertan justo cuando tienen hambre; y así 4 todo el día. El hecho de que el bebé duerma mucho o poco en las primeras semanas no nos dice demasiado respecto a cómo dormirirá en adelante.
El reloj interior se acostumbra a todo. Quien, por ejemplo toma durante una temporada un tentempié a medianoche,tiene pronto La necesidad interior de tomar ese tentempié.
Esto significa que el organismo entero se ha acostumbrado a recibir alimento en vez de dormir: la temperatura corporal, la producción hormonal, el metabolismo, todo sigue un ritmo distinto.

Si acaso hacia el final del segundo mes de vida, se afianza cierto ritmo en los bebés, que ya se muestran capaces, gracias a su grado de desarrollo, de dormir durante la noche un poco más que durante el día, porque ya pueden aguantar una pausa nocturna más larga sin necesidad de comer.
Al tercer mes de vida es cuando, por regla general, el ritmo individual del bebé empieza a consolidarse, pero sólo a partir del sexto mes, el complejo sistema que denominamos reloj interior habrá empezado a madurar.
Por naturaleza, el reloj interior tiene un día de 25 horas. Se ha comprobado que, si con fines científicos, los adultos pasan un tiempo en una habitación sin luz natural y sin relojes, empiezan muy pronto a levantarse cada día una hora más tarde y a irse por la noche lógicamente una hora más tarde a la cama. Sólo por el hecho de que, por lo común, cada día a la misma hora nos levantamos, comemos y nos vamos a dormir, se mantiene el ritmo de 24 horas. En vacaciones o durante el fin de semana no nos cuesta nada dormir una horita más por la mañana e irnos más tarde a la cama. Por el contrario, levantarnos o dormirnos una hora antes no nos será tan fácil.
Así se explica por qué puede resultar caótico para los niños no habituarse a horarios regulares.

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Categoría: Consejos para Mamá.




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