Los sentimientos difíciles y la autoestima de los niños


Los sentimientos negativos se refieren a sentimientos como la rabia, la tristeza y el miedo, que forman parte del espectro emocional normal de todas las personas. Sería irracional intentar suprimirlas o que el niño o la niña se desconecten disociándose de lo que sienten. La conducta de los padres cuando el niño manifiesta alguna de estas emociones tiene que ser de acogida y de ayudarlo a expresarlas en forma apropiada, de manera que no se haga daño a sí mismo o a los otros.

Una forma apropiada de alfabetización emocional en el área de los sentimientos difíciles la constituye la biblioterapia, que consiste en leer libros sobre el tema y conversar con los niños sobre ellos. A continuación se hará una breve descripción de las emociones más frecuentes en los niños y que afectan negativamente su autoestima.

Rabia

Como plantea Violeta Oaklander (2006), en su libro El tesoro escondido, la ira tiene «mala reputación». Habitualmente se enseña a los niños a pensar que es malo estar enojado y a tratar de evitar este sentimiento a como dé lugar. Sin embargo, existe evidencia que las frustraciones provocan agresión, y se ha planteado que toda agresión proviene de una frustración.

Desde muy pequeños es posible observar expresiones de rabia en los niños, como un recién nacido con su llanto rabioso cuando tiene hambre. Posteriormente, cuando quieren algo y no se lo pasan, cuando un hermano le quita un juguete, o cuando son más grandes y se los priva de un permiso, su reacción normal es de rabia. Este sentimiento permite a los niños registrar sus malestares, evitar ser explotado y defender sus propios derechos; es una emoción de autoafirmación.

Los sentimientos difíciles y la autoestima de los niños Psicología y Psiquiatría

El tema con la rabia no es el derecho a sentirla, que está fuera de discusión, ya que las emociones no expresadas bloquean el desarrollo sano del niño, siendo central que los hijos perciban que sus padres reaccionan en forma empática con su frustración; el tema es aprender a regularla. Es necesario que los niños puedan conectarse con la rabia, al mismo tiempo que aprenden a expresarla saludablemente. Uno de los elementos importantes para que la rabia se transforme en una emoción consciente que el niño sea capaz de manejar, es saber qué cosas le producen rabia y cómo tiende a reaccionar habitualmente frente a las rabias.

Los padres deben ser un modelo en la forma de expresar sus rabias. Cuando en una familia no hay conflictos, de cierto modo se piensa que las necesidades de alguno de los miembros se encuentran silenciadas. La pregunta es si le gustaría que su hijo o hija expresara las rabias de la forma en que usted lo hace.

El aprendizaje del autocontrol, que es la manera que las personas regulan sus emociones, se hace por exposición a modelos. Si el niño percibe descontrol, aprenderá a ser descontrolado, y esto es válido no solamente para los padres, sino también para todo tipo de interacciones violentas a los que los niños están expuestos en la televisión o videojuegos.

No es raro que esta generación de chicos esté tan violenta, considerando la gran cantidad de horas que pueden pasar al día «jugando» a quien mata más y mejor. Una cosa es legitimar la rabia en los niños, y otra muy diferente es exponerlo a dosis masiva de violencia. Las imágenes violentas estimulan las zonas que se relacionan con la agresión y generan una arquitectura cerebral que predispone a mayores índices de violencia y descontrol.

Aprender a expresar la rabia implica conectarse con ella, aceptando que se tiene rabia y buscando calmarse antes de elegir la forma de expresarla. El niño tiene que sentir que sus emociones son válidas, aunque las conductas con que las expresa no lo son. Por ejemplo, preguntarle de qué otra manera podría decirlo, cómo podría hacer para dominar sus rabias y evitar que se meta en conflictos mayores.

Para los niños saber que cuentan con padres comprensivos y abiertos a escuchar lo que les produce rabia y que están dispuestos a enseñarles cómo autorregularlas, es tranquilizador y actúa como continente de sus emociones. Por supuesto esta reflexión sobre sus rabias debe ser hecha cuando el niño ha pasado el clímax de la ofuscación y ha hecho la catarsis de sus emociones. Ninguna persona que está ofuscada, y menos un niño, puede procesar información en ese estado.

Pena

Ver sufrir a un hijo resulta para la mayoría de los padres, algo muy difícil de soportar. Quizá por eso es que en muchas ocasiones, se escucha a los padres tratando de calmar a sus hijos, con frases tales como: «No tengas pena», «no llores». Sin embargo, la pena es una emoción necesaria, inevitable y que tiene una función importante en el desarrollo del psiquismo infantil.

Sentir pena les permitirá a los niños entender el dolor de los otros y ser empáticos con su sufrimiento. Frecuentemente los esfuerzos de los padres por consolar a sus hijos están orientados a intentan minimizar sus penas. Posiblemente le sean conocidas frases como «no es para tanto», «ya pasó» o «no exageres». A veces los niños perciben esta actitud de sus padres como una desvalorización de lo que a ellos les sucede, lo que los lleva a alejarse y los hace sentir más solos.

No se trata de sobredramatizar, pero sí permitir que el niño registre sus emociones dolorosas, que son legítimas y que se conecte con ellas. Acompañar al niño y dejarlo que exprese sus penas libremente, le servirá para descomprimir se y lo hará sentirse comprendido, querido, y sentirá que sus emociones son validadas.

Se dice que una pena compartida es la mitad de la pena. Cuando se está acompañado con alguien significativo en las situaciones dolorosas o críticas, hay una sensación de alivio que tiene un efecto catártico y permite encontrar un lugar al dolor, impidiendo que este se transforme en algo invasivo y crónico.

No hay una sensación más dolorosa para la autoestima de un niño que sentirse solo, incomprendido o abandonado cuando está sufriendo, mientras que sentirse acompañado lo hace sentirse querido y querible, factores esenciales para una autoestima positiva.
La mayoría de las veces, la pena se origina en un sentimiento de pérdida. Pensemos en la tristeza que embarga a los niños cuando pierden su mascota o cuando sienten que un amigo los ha dejado de lado al no invitarlos a un cumpleaños, o bien, en situaciones aún más dolorosa como una enfermedad o la muerte de alguien muy querido. En esos momentos la compañía y el afecto de las personas más cercanas son imprescindibles para recuperar el equilibrio emocional.

Reprimir la pena tiene el riesgo que el niño se acostumbre a disociar los sentimientos, de los hechos y de las acciones. Si hay una conducta infantil que debería preocupar a los padres y educadores, es la insensibilidad de los niños frente al sufrimiento de otros.
En ocasiones los niños vivencian sus penas como rabia, ante la frustración de haber perdido algo que les importa. Esta actitud los deja sin la posibilidad de ser consolados, porque las rabias alejan a los otros, en tanto que percibir la tristeza en alguien moviliza a las personas que los rodean a ayudarlos. La desconexión emocional puede tener efectos negativos no solo en el plano emocional, sino que efectos en la baja de las defensas del organismo.

Miedo

Tener miedos es algo connatural al vivir y por lo tanto, deben ser considerados como una emoción normal; sirven para no correr riesgos excesivos. No obstante, la presencia de miedos excesivos o inapropiados a las situaciones puede ser un factor muy obstaculizador para el desarrollo personal de un niño y muy nocivo para su autoestima.

De algún modo es necesario «normalizarlos» para que los niños no tengan una percepción de ellos como algo patológico, por lo que es indispensable ayudarlos a superarlos. Cuando el miedo queda atrás, los niños son más libres para definir una identidad más positiva y abierta a nuevas experiencias. Por ejemplo, un chico que tiene miedo de ir al colegio, cuando supere este miedo tendrá más energía para aprender y relacionarse con otros niños. Otro ejemplo, una niña que tiene fobia social, lo que se traduce en que le cuesta relacionarse con sus compañeras, en la medida en que supere ese miedo, además de disfrutar de las relaciones sociales, tendrá acceso a los juegos y experiencias que le propongan sus amigas.

Mientras más desprotegido está un niño(a), más temores y más desesperanza lo inundan. El miedo es un freno para el desarrollo personal, debilitando a los niños y disminuyendo su capacidad de riesgo. Desafortunadamente en forma no consciente, muchos educadores siembran miedos y angustia a los niños, en tanto que otros aumentan la seguridad en sí mismo y favorecen una autoestima positiva.

El miedo es una emoción tan antigua como la humanidad, tiene un significado social que impide a las personas a exponerse a riesgos innecesarios, ya que es una señal de alerta. El problema con los miedos, cuando son excesivos, es que dificulta a las personas a vivir de acuerdo a sus sueños y deseos, por sentirse incapaz de lograr lo que se desea.

Los niños más inteligentes y sensibles suelen tener más miedos, pues son capaces de anticipar más riesgos y de plantearse problemas, antes de tener la madurez emocional necesaria para enfrentarlos, como por ejemplo el miedo a la muerte.

Quien no cree en sus capacidades, difícilmente avanzará en el conocimiento. El miedo paraliza y bloquea, generando sentimientos de incapacidad y de incompetencia, lo que es antinómico con uno de los conceptos medulares de la autoestima, que es el sentirse competente y capaz de enfrentar las situaciones por complejas que sean.

Una pregunta necesaria de hacerse en relación a los hijos es sobre cuáles son sus temores. Solo desde este conocimiento podremos ayudarlos a superar sus miedos o al menos a disminuirlos.

La confianza en sí mismo es incompatible con tener miedo a fracasar. No se trata de infundir una falsa seguridad, sino que de ayudar al niño a creer en sí mismo y a superar sus temores. Una adolescente que tiene miedo a hablar en público, sentirá sentimientos marcados de inferioridad frente a otros compañeros que sí logran hacerlo. Cuando un niño o niña supera un miedo, tiene una sensación de bienestar que eleva su autoestima.

Jaime, de 9 años, tenía mucho miedo de andar en bicicleta y no había logrado aprender pese a los esfuerzos de sus padres porque al menos lo intentara. Como en el colegio empezaron a realizar «cicletadas», Jaime estuvo dispuesto a intentarlo. Se realizó una imaginería en que él se veía a sí mismo con sus amigos andando en bicicleta. Se le enseñó en un contexto en que él, con ayuda de su papá y sin que nadie los viera, comenzaba su aprendizaje. Se planificaron 10 sesiones separadas de 15 minutos, con una relajación previa. Jaime estaba muy contento cuando lo logró, porque había podido superar sus miedos y no solo porque había aprendido. La sensación de competencia que da el poder enfrentar los miedos es básica para la autoestima.

El miedo es un sentimiento normal, siempre y cuando su intensidad sea manejable y no inunde a los niños o los paralice, como sucede en los cuadros fóbicos. La sensación de no poder enfrentar las situaciones temidas es muy dañina para la autovaloración, provoca sufrimiento en los niños y bloquea su potencial de desarrollo.

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Categoría: Psicología y Psiquiatría.




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